Romper el techo de cristal
No lo provoqué
Crystal Mendivil
Callamos por pena, por miedo, por creer que aquello fue una “travesura”, porque la culpa se pega a la piel como si fuera nuestra.
La primera vez que fui víctima de violencia tenía cinco años. A esa edad una no tiene palabras para nombrar el miedo ni herramientas para comprenderlo. Sólo queda la sensación de vulnerabilidad absoluta y, peor aún, la culpa: esa trampa que te convence de que quizá tú provocaste lo sucedido. Pasan los años y una sigue cargando el silencio como si fuera parte natural del cuerpo, hasta que un día, en terapia, algo se desbloquea. Y entonces aparece lo que estaba escondido en algún rincón del inconsciente. Comprender que no fue tu culpa, que no lo merecías y que tu historia no te define, es un proceso ta

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