VIVIMOS en una sociedad en la que las ocho lecciones de ética de Aristóteles a Nicómaco tienen poco espacio en nuestros usos y costumbres. Existe una corrupción política que es objeto de una proyección mediática, a veces informativa y a veces basada en intereses bastardos y existe una corrupción en la sociedad civil que por más discreta no es menos dañina para el buen funcionamiento de la sociedad organizada.
Podemos empezar por un ejemplo que ha precipitado la inhabilitación del Fiscal General del Estado. La historia empieza con un intento de regularización de la situación fiscal de un defraudador a la Hacienda Pública a la sazón pareja de la Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid. La regularización constituye el spa jurídico del ladrón moderno.
Imagine el lector que un día le ro

Deia

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