Vivimos en la era de la información, ese territorio donde todos lo saben todo y, al mismo tiempo, nadie termina de comprender nada. El fútbol no ha escapado a esa epidemia de datos y conceptos: hoy los entrenadores memorizan modelos, etiquetas, fases, subfases y micro detalles como quien colecciona estampas. Pero entre adquirir conocimiento y convertirlo en sabiduría hay un océano que solo se atraviesa con dos viejos compañeros de viaje: la experiencia y la observación. (Cuando hablo de experiencia no lo hago refiriéndome a haber estado en muchos equipos y en un nivel muy alto, lo hago pensando en el sentido que le damos a las interacciones con el juego en el día a día).

Porque el fútbol también es víctima de una paradoja de la modernidad: mientras más nombres rebuscados para describirlo,

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