Cuando Nico González llegó a Mánchester tenía una papeleta muy complicada. Aterrizó, hace un año, en un equipo que parecía en descomposición, con viejas glorias del club —como Kevin De Bruyne o Gündogan— dejando muestras de agotamiento, de que su ciclo había terminado y no podían ser los ejes vertebradores de ese Manchester City, que se deshacía como un azucarillo en la Premier League y en Champions.
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A eso hay que añadir que el ritmo de la Premier League le pasó por encima. Lo reconoció él mismo tras las primeras semanas. Además, había un tema posicional. Nico siempre ha bailado entre ser un seis —un

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