Hay escenas que en Aragón ya parecen un mal rito de paso: poner rumbo al Pirineo o regresar a Zaragoza y asumir, casi con resignación, que tocará comerse un atasco monumental en los mismos puntos de siempre. Este puente de diciembre, con la apertura de las estaciones de esquí y miles de coches bajando del norte, la historia se ha repetido como un calco. De nuevo, el embudo de Lanave y Sabiñánigo ha vuelto a demostrar que la teoría del “Aragón corredor vertebrado” no pasa la prueba del asfalto.

El escenario es conocido por cualquiera que frecuente la A-23. La fotografía del problema cabe en pocos kilómetros, pero afecta a todo el mapa del turismo de nieve aragonés: los ocho kilómetros sin desdoblar de la N-330 entre la rotonda final de la autovía en Sabiñánigo y la zona de

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