Cada 9 de diciembre, el país mira –o finge mirar– hacia Ayacucho. Se recuerdan discursos, se citan frases solemnes sobre la independencia y se vuelve a la imagen de la pampa de Ayacucho como el lugar donde “nació la libertad de hispanoamericana”. Pero para quienes viven en esta tierra, la batalla de Ayacucho no es solo una escena de libro escolar ni una postal turística. Es un recordatorio incómodo: aquí se selló la derrota del dominio colonial, pero la deuda con el pueblo ayacuchano sigue abierta.
La trascendencia de la batalla va más allá del parte militar. Aquella gesta fue un compromiso político: construir una patria que reconociera a quienes pusieron el cuerpo y la vida, que incorporara a los pueblos andinos en igualdad de condiciones, que hiciera de la libertad algo más que una pa

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