La inauguración de la temporada de La Scala, esa liturgia laica milanesa que mezcla ópera, política y sociedad, eligió este año un título tan explosivo como simbólico: “Lady Macbeth de Mtsensk” de Dmitri Shostakóvich. Concebida por el compositor ruso como un grito de libertad artística y censurada por Stalin en 1936, la obra regresó al escenario con su fuerza intacta. Pero en esta prima, mientras la batuta de Riccardo Chailly alcanzaba cotas altísimas de lucidez y control, la escena firmada por Vasily Barkhatov naufragaba en la confusión estética, y mostraba una vez más el divorcio entre excelencia musical y la confusa miseria escénica que asola buena parte del teatro europeo.

Chailly, en su penúltima apertura antes de ceder el testigo en 2027 a Myung-Whun Chung, ofreció una lección de di

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