Las islas siempre han ejercido una fuerza magnética sobre la imaginación humana. Aisladas por el mar, delimitadas por una línea de costa que marca con precisión su frontera natural, funcionan como laboratorios vivos donde la vida evoluciona, se adapta y resiste en condiciones singulares.

Pero más allá de su belleza paisajística o de su valor cultural, los territorios insulares representan piezas clave en la conservación de la biodiversidad mundial. Su importancia ecológica es tan grande como su fragilidad, una paradoja que los convierte en escenarios prioritarios para el estudio, la restauración y la protección de los ecosistemas.

La separación física respecto al continente confiere a los medios insulares unas características biológicas muy particulares. Al estar aisladas, sus especies t

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