Madrid , en Navidad , más que iluminarse se incendia . Un incendio sin humo, de acuerdo, pero con idéntica sensación de asfixia y con parecidas tentaciones de vestirse con indumentaria ignífuga. El centro deja de existir como espacio urbano y degenera en un parque temático para la compra compulsiva y la sobrestimulación sensorial, una suerte de Eurodisney del jersey hortera, la bola brillante y el villancico loop. La luz no adorna: agrede . Se introduce por las pupilas como una borrachera eléctrica que convierte la Puerta del Sol en una pista de aterrizaje para renos alucinados.
Y, sin embargo, existe una épica discreta: quedarse. Resistir sin subirse al primer AVE hacia la provincia liberada. Sobrevivir a Madrid en Navidad sin necesidad de exilio interior es un deporte de al

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