EL director nacido en Dinamarca Joachim Trier regresa con un ejercicio de memoria emocional que, como en los mejores textos de Ingmar Bergman, convierte la casa familiar en un campo de batalla psíquico. Pero Trier, fiel a su estilo, lo hace con una calidez que desarma convirtiendo a Sentimental Value en una película que parece escrita con tinta invisible sobre las heridas que deja el tiempo.
En ella, un director de cine (interpretado con estoica fragilidad por Stellan Skarsgård) intenta filmar la historia de su familia, convocando a su hija actriz (Renate Reinsve, otra vez luminosa) para que encarne a su madre. Lo que sigue no es solo un rodaje, sino una excavación emocional, donde cada escena filmada es también una escena revivida, una herida reabierta.
El director arranca con la emoc

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