Hay estaciones de la vida que llegan sin aviso. Momentos en que el camino conocido se vuelve estrecho, las certezas se disuelven y aquello que creías estable comienza a resonar diferente. No es una crisis: es una invitación —una llamada suave pero firme a recalibrar. Porque esas temporadas inesperadas tienen una sabiduría propia.

Nos enseñan que ya no somos los mismos, aunque carguemos la misma historia. Que nuestras prioridades, antes dictadas por expectativas externas —éxito, aprobación, velocidad— pueden transformarse en un anhelo profundo por autenticidad, calma, sentido.

En esos momentos, la presión social, laboral, familiar se intensifica: mayores responsabilidades, roles que exigen más, decisiones que parecen definir un giro irreversible. Pero lo esencial no es soportar: es observ

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