A primera vista, Sastrería Martínez no parece un bar. No hay letreros ni luces de neón. Hay que bajar unas escaleras, caminar por un pasillo y detenerse frente a una vitrina que exhibe trajes de paño, telas y maniquíes. La entrada es una pequeña sastrería, de las clásicas, como aquellas a las que mi papá me llevaba cuando era niña para hacerse sus vestidos: hilos, alfileres, metros colgando del cuello del sastre y ese olor a tela recién planchada que aún asocio con la idea de lo bien hecho.
Está en Lima , en una de esas calles donde el tráfico y el ruido parecen quedarse en la superficie. Al bajar, el bullicio se apaga y el tiempo empieza a correr distinto.
Una puerta al fondo da paso al bar. Al abrirla, la atmósfera se transforma: la luz se vuelve cálida, la música emociona y la convers

El Tiempo Cultura

Semana
Diario del Cauca
IndyStarSports
The Babylon Bee
AlterNet
Raw Story
E Online
NBC News Crime