Por: Nubia Rojas
Hace tres días tembló en la madrugada. Vivo en un piso alto. Estaba tan profundamente dormida que sentí un arrullo cuya intensidad aumentó hasta despertarme violentamente. Aturdida, me esforcé por abrir los ojos, que me devolvían la visión de un vidrio empañado; me levanté tan rápido como pude, miré la hora -3:30am-, y busqué un pantalón, unos calcetines, unos zapatos. Dejó de temblar. Tomé mi mejor chaqueta y guardé en el bolsillo más cercano a mi pecho la tarjeta del banco, algo de dinero y mi identificación, por si acaso, “para que sepan, al menos, cómo me llamo”. Seguí pensando en qué más necesitaría en caso de un terremoto. Afuera sonaban las alarmas de los edificios. Me asomé por la ventana y vi en la calle a varios de mis vecinos en piyama, con sus perros. Las luce

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