A cuarenta y cinco minutos de Cali, la carretera empieza a trepar hacia Pichindé y el paisaje cambia. El ruido urbano se disuelve entre montañas húmedas, y de a poco aparece una finca que, desde hace un cuarto de siglo, vive del tiempo lento: Pinos Farallones. Allí, donde el clima es más fresco y el aire huele a tierra mojada, una pequeña empresa se dedicó a cultivar árboles que duran apenas una temporada en las salas de los hogares, pero que requieren años de trabajo paciente para alcanzar su forma.
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La historia no comenzó como un proyecto grande ni calculado. Nació con la intuición de un hombre que regresó al país después de pasar una temporada en Estados Unidos, dond

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