Durante años, el asalto a la cámara acorazada del Centro Mundial de Diamantes de Amberes fue considerado el crimen perfecto. Sin disparos, sin alarmas activadas y sin testigos. En febrero de 2003, una banda altamente especializada logró vaciar más de un centenar de cajas fuertes y desaparecer con un botín valuado en alrededor de 100 millones de dólares. Sin embargo, la sofisticación del plan terminó cayendo por detalles impensados, un palo de escoba, una comadrej y un sándwich de salame a medio comer.
El caso, reconstruido años después en investigaciones periodísticas y recientemente llevado a la pantalla por un documental de Netflix, se convirtió en una lección inesperada sobre cómo incluso los delitos más meticulosamente diseñados pueden fracasar por descuidos mínimos.
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