En la ficción, los últimos días de este mes siempre son un momento de angustia. En la vida real, depende
Cécile, la protagonista y narradora de Buenos días, tristeza (una novela de Françoise Sagan publicada en 1954 y adaptada al cine en dos ocasiones), confiesa a los lectores que, mucho tiempo después de que aquel verano durante el que se desarrolla la trama hubiera terminado, seguía conservando como talismán “una preciosa concha” recogida del fondo del mar: “No sé por qué no la he perdido, yo, que lo pierdo todo. Hoy la tengo en la mano, rosada y tibia, y me entran ganas de llorar”. El verano ficticio de Cécile junto a su padre fue trágico en varios sentidos, pero, para cualquiera, los recuerdos de un verano reciente —especialmente si todo ha ido bien— son también una puerta abierta