“Te quiero —le dijo ella a él—. Mi papá te quiere, lo mismo que mi mamá y mis hermanos. Deberíamos casarnos”. Respondió él: “Imposible”. “¿Por qué?” —se inquietó ella. Explicó él: “Mi esposa también me quiere”.

La señorita Himenia lanzó un grito en la calle. Al punto acudió un hombre joven y guapo. Le preguntó a la madura célibe: “¿Qué le sucede?”. Respondió la señorita Himenia: “Aquel hombre que va allá me arrebató mi bolso”. “¡Ah! —exclamó el joven disponiéndose a perseguirlo—. ¡Deje que le ponga la mano encima!”. “Está bien —dijo ella—. Pero primero alcance al ladrón”.

Noche de bodas. El anheloso novio llevó al lecho nupcial a su desposada e inició con ella los tocamientos y caricias que sirven de prolegómeno al acto connubial. “¡Carajo! —exclamó ella con disgusto—. ¿Por qué siempre q

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