El curso político arranca con la certeza de que la derecha va a redoblar su apuesta por el racismo como estrategia para llegar a Moncloa y la incógnita de si enfrente el progresismo se pondrá de perfil o si pasará a la acción con una agenda antirracista
El curso escolar arrancará este curso 2025-2026 con más alumnado negro, latino, asiático y gitano que nunca. En España el alumnado extranjero ha crecido imparable en los últimos años y, si sumamos a los peques nacidos aquí y de ascendencia migrante (ya son uno de cada cuatro nacimientos), las cifras son importantes. Esto nos dice que la diversidad racial en España no está en camino: lleva siglos presente y crece desde hace décadas a mayor velocidad.
Paralelamente, el nuevo curso político se pone en marcha con una derecha dispuesta a multiplicar su esfuerzo por radicalizar su racismo para recolectar votos y apoyos sociales. Llevan años sembrando para que la inmigración escale artificialmente en el debate público hasta ser uno de los grandes problemas de España, con picos como el CIS del verano de 2024, cuando se situó como el mayor dolor de cabeza por encima del paro o la vivienda.
Este 1 de septiembre, tres noticias de la portada de elDiario.es resumían perfectamente lo que nos espera en este curso político: Vox echando gasolina para avivar más confrontaciones raciales como la de Torre Pacheco -ahora a costa de Open Arms-, el PP sumándose al carro legitimando el racismo para sacar tajada y grupos radicalizados atentando contra la vida de las personas racializadas y migrantes.
El curso político arranca con la certeza de que la derecha va a redoblar su apuesta por el racismo como estrategia para llegar a Moncloa y la incógnita de si enfrente, el progresismo se pondrá de perfil o si pasará a la acción con una agenda antirracista. Lo primero garantiza una derrota política y social; lo segundo daría esperanza frente a un odio omnipresente.
España tiene la suerte y la desgracia de llegar siempre tarde a los fenómenos asociados a la diversidad racial en Europa. Podría ser una suerte ver qué se ha hecho mal en otros países para evitar replicarlo: en Francia no se explica el ascenso de Le Pen sin hablar de la segregación racial no resuelta en el país; Trump tal vez no hubiera llegado al poder de haberse cerrado las heridas raciales en Estados Unidos y Keir Starmer no vería crecer vertiginosamente los apoyos a Nigel Farage de haber desplegado un agenda antirracista.
Está en menos de los partidos y grupos progresistas escuchar, aprender y actuar tomando decisiones antirracistas de las que depende no solo el futuro de la legislatura progresista: también cuelga de ello el presente y al futuro de todas esas generaciones, cada vez más diversas, que en septiembre arrancan su curso escolar.