Lo que vivimos no es una suma de excesos aislados, sino un modelo de poder que, al igual que Fernández Noroña, convirtió la arrogancia en política pública y la impunidad en norma.
Durante años, a José Rodolfo Gerardo Fernández Noroña se le veía como una anomalía: el bravucón que convertía la tribuna en ring, humillaba adversarios, exigía reverencias y hacía del insulto su gramática política. Lo que parecía un exceso individual hoy se ha convertido en método de gobierno. A ese proceso lo llamo la ‘noroñización’ de la política: normalizar el abuso, convertir la humillación en pedagogía de Estado y blindar el poder con leyes hechas a la medida de su intolerancia.
Los casos de Campeche, Sonora y Puebla son ejemplos claros de esa lógica: un medio cerrado por orden judicial y un periodista vet