Quienes nos dedicamos al estudio o la enseñanza del Derecho internacional nos es fácil entender que los Estados – no sus gobiernos, pues estos pasan y aquellos permanecen – son sus sujetos por excelencia. Al mismo deben someterse en sus relaciones, guiándose por las reglas de la reciprocidad y el respeto mutuo, el cumplimiento de buena fe de lo que pactan, la cooperación, la reserva de los asuntos propios o internos y la obligación de cada uno, por consiguiente, de no invadir la esfera soberana del otro, interviniéndolo. Eso es lo más básico, como predicado.

Sin embargo, se olvida ahora como ayer que, tras la segunda gran guerra del siglo XX, una vez ocurrido el Holocausto que algunos desmemoriados niegan por sus enconos biliares contra Israel, ningún Estado ni su gobierno puede abroquela

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