Los cantos racistas y homofóbicos no nacen en los estadios: se ensayan en la vida cotidiana. Hasta que las instituciones del fútbol latinoamericano miren más allá de la cancha y enfrenten las fuerzas sociales más profundas detrás del comportamiento del público, las multas y prohibiciones seguirán fallando en dar con el verdadero objetivo.

Los límites de una sociología centrada solo en el fútbol

Cuarenta mil voces al unísono pueden hacer que un estadio se sienta como una nación propia. Pero cuando esas voces se tornan feas—en burlas racistas o cantos homofóbicos—la solución suele quedarse en lo estrecho: multas, cierres parciales, restricciones de aforo. La lógica: es un problema del fútbol, así que se resuelve en términos futbolísticos.

Sin embargo, ese enfoque es demasiado limitado.

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