El Congreso de los Diputados ha consumado lo que durante meses se venía fraguando: la aprobación de un nuevo reglamento de prensa destinado, en teoría, a «ordenar» el trabajo periodístico en la Cámara, pero que, en la práctica, se traduce en un recorte drástico de la libertad informativa.
Lo paradójico es que esta deriva censora no la impulsaron solo los políticos –que siempre sueñan con periodistas dóciles–, sino también buena parte de los propios periodistas, encantados con la idea de expulsar a colegas incómodos, con Vito Quiles como rostro más visible.
El cálculo era sencillo: sacrificar un poco de libertad a cambio de librarse de voces molestas. Pero el tiro les ha salido por la culata. El nuevo reglamento, aprobado con entusiasmo transversal de las gradas de izquierdas, ha terminad