No creo que haya un solo miembro de mi generación que, al sumergirse alguna vez en el mar o en una piscina, no haya sentido retumbar en su mente la banda sonora que John Williams compuso para Tiburón. En su mítica película, Spielberg mezcló el terror y la aventura, y sobre todo conectó con el atávico miedo que los humanos tenemos a los monstruos marinos desde los tiempos en que navegábamos en odres por mares que acababan en cataratas cósmicas. Cuando se estrenó Tiburón, en 1975, todavía no se había puesto de moda el Megalodón, con su dentadura que era como cepo para cíclopes y su volumen extra autobús. Aún todo estaba dentro de la escala de lo humano, incluso aquella dentadura geológica con el que la bestia de Spielberg devoraba a las rubias californianas.

Un reciente estudio publicado en

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