La palabra final de «El coronel no tiene quien le escriba», de , da la clave del libro; ese militar jubilado que espera una pensión que nunca llega condensa toda su frustración vital en un vocablo: «Mierda». Lo he recordado con las páginas iniciales de «Morir en la arena», de Padura, en la que el protagonista limpia su calzado al haber pisado un excremento de gato. Simbólico episodio que trascenderá hacia el fracaso personal, la decepción colectiva, el desencanto íntimo y la reprimida protesta.
Este personaje, Rodolfo, en la Cuba actual pensionista con escasos recursos, se ha reencontrado con su cuñada Nora, de quien siempre estuvo enamorado. Su vínculo familiar es su hija Aitana, residente en España. El desencadenante de la trama es que su violento hermano, Geni, va a salir de prisión