Al regresar a España, en 1958, mi mamá y yo llegamos a la casa de mis abuelos paternos. Allí pasé ocho felices meses, que aún recuerdo con emoción y nostalgia. El paisaje “humano” y físico de la aldea asturiana donde vivían mis abuelos, tíos y primos −del cual casi no tenía recuerdos de mi estadía anterior en España− se me grabó muy profundamente en esta ocasión y merece la pena recordarlo y contarlo, sobre todo porque era muy distinto a la Caracas donde yo vivía y comenzaba a crecer.
Los abuelos paternos
Mi abuelo tenía más de setenta años, aunque nunca supe su edad exacta. Era alto y delgado; había sido capataz de carreteras. Mi mamá contaba que mi abuela lo acompañó por toda Asturias en esa época y por eso sus hijos habían nacido en diferentes aldeas y pueblos. No tuve mucha relación