En los primeros años de la Democracia, el Congreso de los Diputados, aunque ahora pueda parecer mentira, desarrollaba todo su trabajo en el viejo caserón de la Carrera de San Jerónimo, construido allá por 1850 en los solares del antiguo Convento del Espíritu Santo, que algo habrá iluminado a alguien en todo este tiempo.

Allí cabían los diputados, 350 como ahora, los funcionarios, los letrados, los periodistas, con su sala de prensa en la segunda planta, junto al tejadillo, los grupos parlamentarios, el servicio de seguridad, los taquígrafos. Los leones, como ahora, guardaban la fachada principal y “rugían”, porque el Parlamento estaba vivo; entraban proyectos de ley, ¡la Constitución!; se presentaban enmiendas, se reunía la ponencia para informarlas; después la comisión, para elaborar el

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