Hace diez años, en España , aún se podía pagar un alquiler sin ahogarse, llenar la nevera sin heroísmo y vivir sin que la inflación marcara cada decisión doméstica. Eran tiempos difíciles, sí, pero el horizonte no parecía clausurado.

Mientras aquí la conversación giraba en torno a crisis cíclicas, a miles de kilómetros, en una aldea remota de Gambia , el futuro ni siquiera estaba en discusión.

En Jalo Koto , a 90 kilómetros de Banjul , la infancia crecía sin pupitres, la enfermedad era una condena sin remedio y la pobreza no era una estadística: era la norma diaria. No había escuelas. No había médicos. No había caminos hacia algo mejor. Solo una rutina de supervivencia.

En ese mismo año, desde una orilla soleada de El Médano , en Tenerife, un grupo de amigos pensaba en iniciar

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