El soniquete de puertos en los que suele ser obligatorio el uso de cadenas durante el invierno sonó este verano a una sucesión de volcanes que destruyeron los rincones más bellos de mi tierra. Ardieron el Patrimonio de la Humanidad y el de la humildad, ardieron los parques nacionales y los infantiles, ardieron pueblos enteros en pleno siglo XXI, ardió el paisaje y ardió la memoria, que era ya casi lo único que nos quedaba. En esta provincia parece que nunca vamos a superar el negro. Ahora ya sabemos lo que son los pirocúmulos, pero seguimos siendo exactamente igual de necios. Sabemos también que han venido para quedarse, que se comportan con una violencia extraordinaria y son capaces de avanzar contra el viento, sabemos que si no vuelven a arder nuestros bosques y pueblos será por un milag
Ese monte del que usted me habla

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