Un bol con yogur, frutos rojos y una lluvia de granola es la imagen más compartida en redes sociales cuando hablamos de desayunos saludables. Pero, como suele ocurrir, no es todo oro lo que reluce. Detrás del brillo crujiente de la avena tostada y las frutas secas puede esconderse una trampa: tanta azúcar como un pastel de repostería y un efecto metabólico que dispara el hambre a media mañana.

El gran cambio de la granola. Para entender el fenómeno hay que remontarse a sus orígenes. La primera versión fue creada en 1863 por el médico James Caleb Jackson y se llamó “granula”: granos integrales duros, sin azúcar, concebidos como remedio dietético. Muy lejos de lo que vemos hoy en los estantes del supermercado.

Con el tiempo, la receta se dulcificó para conquistar paladares. Como recuer

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