Esta semana, la presencia militar estadounidense en el Caribe se tornó más que evidente: buques de guerra artillados navegaron cerca de las costas venezolanas, acompañados por cazas F-35 desplegados en Puerto Rico. El escenario pareció extraído del tablero de una partida diplomática de alto riesgo, mientras desde Washington se evaluaron todas las opciones para enfrentar a los carteles del narcotráfico operantes en Venezuela, incluyendo la posibilidad de acciones directas en territorio venezolano.

La tensión escaló tras el ataque a una embarcación sospechada de transportar drogas, que terminó destruida y dejó once tripulantes muertos. Esa operación evidenció que, para la Casa Blanca, la lucha antidrogas podía llegar a cualquier extremo si lo exigía la seguridad desde el mar Caribe.

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