En la madrugada del 7 de septiembre, Rusia llevó a cabo su ataque aéreo más devastador desde el inicio de la invasión a Ucrania, resultando en la muerte de al menos cuatro personas y dejando a más de 44 heridas. Este bombardeo marcó un hito al impactar la sede del Gobierno ucraniano en Kiev, un complejo gubernamental que sufrió daños significativos, incluyendo un incendio en su techo.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, informó sobre el ataque a través de su cuenta de Telegram, señalando que "el edificio del Gabinete de Ministros resultó dañado; se produjo un incendio en los pisos superiores". Además, lamentó la pérdida de vidas, destacando que "cuatro personas murieron y más de 44 resultaron heridas en Ucrania". Los servicios de emergencia continúan trabajando para mitigar las consecuencias del ataque en todo el país.

Zelenski advirtió que este ataque podría prolongar el conflicto, afirmando que "estos asesinatos ahora, cuando la verdadera diplomacia podría haber comenzado hace mucho tiempo, son un crimen deliberado y una prolongación de la guerra". También hizo un llamado a la comunidad internacional para que se impongan sanciones a Rusia por su negativa a dialogar.

El ataque no solo afectó a la sede del Gobierno, sino que también impactó un edificio residencial de nueve pisos en el oeste de Kiev, donde murieron una madre y su hijo de dos meses. Otros ataques en diferentes regiones, como Odesa, Zaporiyia y Dnipropetrovsk, también dejaron víctimas.

Rusia, por su parte, ha negado haber atacado a civiles, afirmando que sus objetivos eran instalaciones militares y logísticas. El Ministerio de Defensa ruso declaró que "no se llevaron a cabo ataques contra otros objetivos dentro de los límites de Kiev", rechazando la responsabilidad por el ataque al edificio gubernamental.

Este ataque aéreo se produce en un contexto de creciente tensión, mientras Ucrania y sus aliados buscan fortalecer la defensa del país ante la continua agresión rusa.