CNN —
Llámese una interpretación valiente, optimista, quizás hasta calamitosa.
La creencia del presidente de EE.UU., Donald Trump, de que de alguna manera, por fuerza de personalidad, podría convencer a su homólogo de Rusia, Vladimir Putin, de que quería un acuerdo de paz fue, en el mejor de los casos, demasiado generosa consigo mismo y con el jefe del Kremlin.
Esta creencia se alimentó de la idea estratégica de que Moscú es un aliado en potencia de Estados Unidos contra China, en lugar de ser –cada vez más– un vasallo productor de energía para Bejing.
Y aunque esta mala interpretación de la situación le ha costado caro a Ucrania (en términos de la inestabilidad pública del apoyo estadounidense y al brindar una ventana en la que las fuerzas rusas pudieron avanzar en las líneas del