Quiérase o no, salir de casa es conocer, y cuando me refiero a casa, hago referencia al janoko grande que es Tucupita.
Se acostumbra uno tanto a sus calles y rincones, que le parece que no hay nada más en el mundo. Y es que por mucho que falten cosas, posee bastante de lo que otros no tienen ni tendrán, un rio exuberante, vegetación virginal por doquier, la nación warao, con lengua y cultura propias, y sol los 24 días del año, con bastante lluvia y riego para los cultivos. En fin, una tierra bendecida.
En la antesala del viaje de regreso, en la estancia de los adultos mayores que requieren ser asistidos para abordar el vuelo en medio de un aeropuerto grande y complejo como es el de Barajas, Madrid, se nos acercó un señor menudo, de voz gruesa y potente, del calibre de un tenor, cabellos