Volvemos a clase con el luto metido en los ojos. Hasta la Encina, ese símbolo que cada septiembre nos recuerda lo que somos, parece desprender cenizas al aire. No hay fiesta limpia de humo cuando los montes aún guardan rescoldos, cuando la comarca todavía respira miedo. La Encina este año se despierta sin todos sus fuegos sofocados. Se levanta viendo aún llamas cerca, cruzando los dedos porque la oleada no pasa, porque las heridas no se cierran, porque la ceniza sigue siendo paisaje y presagio. Por eso, el luto que se plantó delante de los políticos, obligando a enfundarse de negro a quienes entienden que el momento es más de llanto que de sonrisa, debía ser. No había más días ni más escenarios para hacerlo. Era el instante justo para vestir de negro, a juego con la montaña quemada, con lo

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