Desde Barcelona

UNO Hubo un tiempo (Rodríguez se acuerda muy bien de ello, aunque jamás se haya metido demasiado ahí) en que la infancia era la era del coleccionismo. Sí: todos los días se incorporaba algo nuevo al álbum de la propia vida. Y --para disimular un tanto el vértigo ante lo desconocido llamando o pateando a las puertas de esas páginas en blanco-- uno se distraía acumulando soldaditos o cromos o sellos o monedas o colecciones de interminables fascículos o lo que fuera. Cualquier cosa que se pudiese acumular, reunir, juntar a uno para así sentirse menos solo y más acompañado ante lo que vendrá, vendría, vino. Después --en la mayoría de los casos-- el entusiasmo desaparecía; pero esa fiebre se trasladaba a otras cuestiones. A variados sentimientos, a amigos y a amores y pasion

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