En el universo del deporte competitivo, las decisiones salomónicas suelen ser el recurso predilecto cuando reina la confusión. Así, cuando dos jugadores se enfrentan, es habitual que el árbitro los expulse a ambos, dejando en manos del tribunal disciplinario la determinación de las sanciones individuales.

Sin embargo, hay situaciones en las que esa equidistancia esperable, muta en inexplicable asimetría para alguna de las partes. Algo preocupante, especialmente cuando los hechos trascienden largamente lo deportivo para adquirir la forma de una batalla campal.

Esto fue exactamente lo que ocurrió el pasado 20 de agosto en el Estadio Libertadores de América, cuando una jornada de fútbol internacional terminó convertida en una de las páginas más tristes del fútbol sudamericano reciente.

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