La compañía Proyecto 43-2 estrena 'Federico. No hay olvido, ni sueño: carne viva', una obra de teatro documental que aborda, a través del asesinato del poeta, la brutal represión de los fascistas en Granada

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“Esto no es una ficción sobre Federico García Lorca”, repite el elenco durante la obra. Y quizá este sea uno de los puntos más potentes de la pieza que acaba de estrenarse en el Teatro del Barrio de Madrid, Federico. No hay olvido, ni sueño: carne viva. Lorca es uno más, un símbolo capaz de cambiar la percepción de toda una sociedad con sus palabras y su vida, pero uno más de los cincuenta mil andaluces que fueron asesinados y tirados en 702 fosas por toda Andalucía: “En Andalucía tenemos la mitad de las víctimas del franquismo de toda España, en veinte años no se han llegado a recuperar todavía ni cinco mil cuerpos”, dicen en la obra.

Todo comenzó con un encargo a María San Miguel (Valladolid, 1985), directora de la compañía Proyecto 43.2 por parte del festival de títeres y objetos El Rinconcillo de Cristobica, en Valderrubio. Un festival que se realiza en pueblos lorquianos de la vega granadina en el que participa el Patronato de Federico García Lorca. “Su director, José García Ávila, me propuso investigar sobre el silencio en el pueblo de Valderrubio, el pueblo de la casa de la familia de Lorca”, recuerda San Miguel. Aquella llamada sucedió en 2022. Han sido tres largos años de inmersión. La obra no se estrenó hasta el pasado mes de junio, tres años después de aquel encargo, en el patio de la Casa Museo de Federico García Lorca.

La compañía de San Miguel, Proyecto 43-2, es conocida por su acercamiento documental a la escena. El nombre del colectivo surge de la trilogía que hicieron a lo largo de diez años en torno a la violencia en Euskadi. Un teatro político, social y de mediación que ya en su momento sufrió censuras y presiones por tratar temas tan candentes como el proceso de Nanclares en sus obras. Es una compañía de tiempos lentos, de procesos de investigación largos.

La obra comienza frontal, los tres integrantes de la compañía, la propia María San Miguel, Alba Muñoz y Pablo Rodríguez, entran en escena con el puño en alto cantando En la plaza de mi pueblo, canción de guerra de la CNT-FAI que, además de hacer alusión al grave problema de desigualdad en los latifundios andaluces de la época, tiene música. Es, precisamente, del Café de Chinitas, aquella popular de García Lorca que grabó con La Argentinita.

Es inusual ver un comienzo tan políticamente explícito en la escena actual. Al preguntarle a la directora por el inicio, explica que ciertamente es una declaración de intenciones porque “la izquierda hoy está demasiado callada frente a una derecha que se cree impune”. “Es un acto de apropiación de un espacio de una mujer de izquierdas y feminista, que quiere contar algo que le atraviesa, de un pasado que me conecta con el presente, de un pasado que me cuenta y nos cuenta”, afirma. “Creo que la obra, a partir de ahí, logra quitar toda sensación de que estamos haciendo un panfleto o propaganda”, matiza.

Lorca expandido

Desde que hay memoria democrática, los ciudadanos españoles han asistido a miles de tertulias, leído ríos de tinta y escuchado innumerables especulaciones sobre quién mató, por qué y dónde enterraron a García Lorca en aquella noche del 18 de agosto de 1936. La obra, inteligentemente, trata ese tema, pero no para centrarse en él, sino para explicar lo que, en aquella zona de España, de pueblos blancos y jornaleros, pasó en el “terror caliente” de los primeros meses del golpe de Estado.

Así la obra se irá abriendo, expandiendo a través de historias, testimonios, libros y relaciones que la compañía ha ido encontrando, siempre apoyados en la fuerza irrigadora del poeta, en esos tres años de investigación. Primero estará la implicación personal: cuenta San Miguel en la obra que cuando tenía 17 años vio cómo desenterraban de una fosa a Josefa Torrecilla, su tatarabuela. No es fortuito que San Miguel, en sus incursiones en Granada acabara con el grupo de la Universidad de esa ciudad formado por arqueólogos, antropólogos físicos y forenses, sociólogos, historiadores y criminalistas que lleva años trabajando en la exhumación de fosas.

“Todo comenzó cuando me fui el 18 de agosto a la jornada que organizan todos los años las asociaciones memorialistas de Granada”, explica María sobre el acto conocido como “El último paseo” en el que se recorren los pasos que dieron los asesinados en el camino entre Víznar y Alfacar. “Allí, Daniel Quiroga, que forma parte de ese grupo científico encargado de la investigación sobre las fosas, dio una charla divulgativa sobre lo que estaban haciendo. Al acabar dije que quería conocerlos”, recuerda San Miguel.

Ese contacto es fundamental para entender la pieza. “Estando con ellos, viendo cómo trabajan, con el rigor, la delicadeza y la sensibilidad que lo hacen me quedé fascinada, viéndolos trabajar en el Barranco de Víznar, recibiendo a las familias, era como ver mi idea de democracia hecha carne: un grupo de personas con formaciones diferentes, y venidas cada una de su ámbito, colaboran juntas para generar un bien común”, explica San Miguel.

Esta obra un acto de apropiación de un espacio de una mujer de izquierdas y feminista, que quiere contar algo que le atraviesa

La obra, que tiene mucho de liturgia, se alimenta de todos los objetos que se utilizan en los procesos de prospección y posterior exhumación de las fosas. La compañía mezcla sus indagaciones con todo ese universo y así, por ejemplo, vemos cómo los libros son tratados como pruebas, guardados en bolsas fruto de la excavación.

La obra superpondrá ficción y documento. Se nos dirá que unas gafas encontradas en la fosa son del periodista Constantino Ruiz Carnero y se nos contará su historia, cómo lo insultaban por las calles de Granada y le decían: “El amigo del poeta, el amigo del maricón de la pajarita”, como lo apresaron y lo mataron de una brutal paliza para luego llevarlo al cementerio y simular un fusilamiento.

La historia de Ruiz Carnero la encuentra la compañía en Miedo, olvido y fantasía. Crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico García Lorca (1955-1956), de Marta Osorio, aspecto que suma otra capa fundamental en el montaje: la perspectiva de género: “Yo, que me considero lorquiana, antes de comenzar esta investigación no sabía de Osorio o de Auclair. Están borradas del imaginario bibliográfico del poeta y que estén en la obra es también un gesto político”, explica De Miguel haciendo referencia a la hispanista Marcelle Auclair (Enfances et mort de García Lorca, de 1968), también presente en la escena.

Lo interesante es cómo la compañía va superponiendo con inteligencia y mimo, como si fueran los científicos de ese grupo de investigadores a los que en la obra se llama los “detectives del olvido”, las diferentes capas que va tratando la obra como si fueran los estratos de su propia excavación.

Agustina González López: presente

Del mismo modo, se recuperará en la obra la figura de Agustina González López, aquella mujer que sirvió de inspiración a Lorca para La zapatera prodigiosa, granadina díscola que se disfrazaba de hombre para salir por las noches, “filósofa, escritora, política, feminista y rebelde”, como se la presenta en la obra. Una de las figuras más relevantes de la Andalucía republicana que había caído hasta hace bien poco en el olvido.

Su historia es terrible, la apresan por “puta” y la fusilan. A Agustina la encontraron hace tres años en el Barranco de Víznar. No encontraron a otras dos mujeres de las que no se sabe nada y que fueron apresadas junto a ella. “Hay bastantes posibilidades de que fueran violadas y torturadas antes de ser ejecutadas. Las mujeres siempre aparecen arrojadas en las fosas con menos, con todavía menos, dignidad. Pero nunca lo sabremos porque no hay registro de la violencia que se ejercía sobre las mujeres”, dice De Miguel en ese momento en la obra.