La directora cuenta las bambalinas de varios de los momentos más importantes de su última película y muestra los ensayos grabados por ella
Carla Simón reconstruye su memoria familiar y la de toda una generación en la hermosa y fascinante ‘Romería’
La llegada de Carla Simón al cine español fue un punto de inflexión en su historia reciente. Aquel debut, Verano 1993, abrió unas puertas que estaban cerradas a cal y canto para una generación de directoras deseosas de contar sus historias y de hacerlo de formas diferentes. Temas que, o no existían, o eran contados por hombres. Desde su proyección en la Berlinale todo el mundo notó que había algo en esa forma de narrar, en el cariño que desprendía cada fotograma hacia sus personajes y en la finura de esas interpretaciones que la hacían especial.
Carla Simón partía de sus experiencias familiares (sus padres murieron de sida y eran adictos a la heroína) para hablar de temas universales. Ese vínculo con sus propias experiencias ha sido el hilo conductor de una carrera que crece a pasos agigantados. Se confirmó con su segunda película, Alcarrás, con la que se convirtió en la primera directora española en lograr el Oso de Oro en el Festival de Berlín y donde exploraba otra rama familiar.
Con Romería, su tercera obra, cierra las tapas del diario familiar. Lo hace hablando de la familia paterna que no conoció hasta que tenía 18 años. Un filme que es un viaje como el que la propia Simón hizo para conocer a esa parte de su familia y que aquí la hace avanzar hacia nuevos terrenos como realizadora, especialmente en una última media hora donde se sumerge en lo onírico y lo poético. De todo ello, además de sus procesos creativos, habla en este 'Anatomía de una escena' en el que analiza cuatro momentos claves del filme y para el que, además, cede vídeos de los ensayos que ella mismo grabó.
Filmar de forma poética e imperfecta
La primera escena que analiza Carla Simón es, también, la primera escena de la película. En ella ya se observa uno de los recursos narrativos y estéticos de Romería, el uso de imágenes que graba la propia protagonista. Lo hace con una videocámara, y Simón explica que se grabaron también durante el rodaje, aprovechando los momentos de parón que muchas veces son frustrantes como directora.
Revisaron las que la propia directora grabó con 18 años para que la forma en la que filmaba fuera “poética e imperfecta”. Esas imágenes son de espacios, unos espacios que luego van a aparecer en un juego de espejos en la última parte del filme en la que Marina imagina la historia de amor de sus padres. “Imaginar es muy cercano a soñar”, dice la directora, que explica que hay planos repetidos en la parte onírica del final que se ven antes en esas imágenes. También en estos primeros compases hay dos elementos claves: la voz en off, que parte de las cartas reales de la madre de Carla Simón, y el uso, por primera vez en su carrera, de una banda sonora compuesta por su hermano. La pregunta era, ¿cuándo usarla? La solución dice mucho del cine de Simón: “Cada vez que ella sintiera que sus padres están cerca”.
La propina del abuelo
Romería tiene una estructura diferente a las otras películas de Carla Simón. Ella la define como “episódica”, y uno de esos episodios ocurre en la casa de los abuelos que la protagonista va a conocer por primera vez. Es una escena larga, tensa, con muchos personajes que se mueven por las habitaciones y que culmina con uno de los mejores momentos de la película, esa fila india en la que el abuelo va a dar la propina a sus nietos. Marina, la protagonista, duda sobre si ella debe colocarse, ya que no sabe si pertenece a esa familia.
Es una de las escenas favoritas de la directora porque se siente “muy viva” y cuya fuerza radica en todos los ensayos que Carla Simón realizó para llegar a que la verdad, o algo parecido, apareciera el día de rodaje. José Ángel Egido, el abuelo, no tenía diálogos escritos, y lo que dice surgió de la cantidad de horas pasadas con sus nietos en la ficción en las largas jornadas de ensayo en las que se crea “una memoria compartida entre los actores”. La idea es crear vínculos “genuinos y reales” con unos ensayos que, confiesa Carla Simón, son la parte que más disfruta.
La conversación más íntima
Este vídeo puede contener spoilers. Durante Romería la protagonista se hace muchas preguntas, pero una de ellas es clave, y es por qué su padre no estuvo presente, por qué no fue a verla. Es un momento íntimo, de una fuerza brutal por las dos interpretaciones de Llucia Garcia y Alberto Gracia que surgió gracias, de nuevo, a los ensayos de ambos actores. Garcia salió de un cásting de más de 3.000 chicas, pero Carla Simón la vio bajando de un autobús y supo que era ella. “El cásting más difícil que he hecho”, asegura. Una escena que se debía rodar al aire libre, pero a la que el tiempo en Galicia hizo cambiar. Los equipos de arte y dirección convirtieron un almacén de trastos en un bar improvisado para poder rodar este momento.
La pregunta que se hace Marina es la misma que se hacía Carla Simón y “todos los hijos de esa generación” que perdieron a sus padres por la heroína y el sida. Por ello, para esta conversación, Carla Simón guardó un recurso que en el cine se suele usar constantemente, pero que para la directora hay que usar de forma especial: el plano / contraplano. En Romería apenas aparece, y lo hace aquí para dar fuerza a ese momento y a esa conversación.
Bailaré sobre tu tumba (este vídeo contiene spoilers)
Este vídeo puede contener spoilers. Desde su proyección en el Festival de Cannes todo el mundo comentaba la escena musical insertada en la parte onírica del filme. Carla Simón confiesa que también es una de sus escenas favoritas de ese “bloque largo” que concibió como “una película dentro de la película”. La escena tiene una fuerza por la música, ese Bailaré sobre tu tumba de Siniestro Total, y apunta a novedosos y estimulantes caminos para ella como directora, cuyo siguiente proyecto quiere que sea un musical sobre el flamenco.
Todo ese bloque debía ser muy libre, encontrar el tono para no “romantizar ni ser demasiado duros” con el espíritu de esa época y que no fuera “de cartón piedra”. La idea surgió mientras Simón buscaba “una imagen que pudiera contener la idea de que esta película no era solo sobre sus padres, sino sobre toda una generación”. De ahí esos ecos a la Santa Compaña y a la importancia de hablar de esos fantasmas. “Recuperar esa memoria era el motor de esta película, y esa imagen lo concretiza todo”, destaca la cineasta.