El 11 de septiembre del 2001, Alejandro Eder era un joven empleado banca de la banca de Wall Street cuando tuvo ante sus ojos el desplome de las Torres Gemelas. Se sumó al coro de llantos y voces desgarradas de miles de personas que veían sobrecogidas lo que ocurría.
Era una mañana soleada de comienzos de otoño y él se dirigía con un retraso no habitual en él hacia las oficinas del Deutsche Bank en el 130 de Liberty Street, en el sur de Manhattan, donde justo a la hora en que se produjo el atentado terrorista debería estar presentando un memorando para estructurar la asesoría que le daría a un importante cliente español.
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El despacho que tenía asignado como analista financiero del grupo de banc