Si la política británica fuera un juego de mesa, el primer ministro Keir Starmer no iría de oca en oca y tiro porque me toca, sino que su ficha sería comida constantemente, tropezaría todo el tiempo en la casilla de ir a la cárcel, se pasaría varias rondas sin jugar o caería allí donde los rivales tienen hoteles y debería pagar una fortuna. Sólo han pasado diez días desde el comienzo de un curso político que iba a ser la renovación de su Gobierno, y ya ha perdido a dos figuras clave: su número dos Angela Rayner, y el embajador en Washington, Peter Mandelson.
Mandelson, figura polémica que ya tuvo que dimitir dos veces como ministro de Tony Blair por conflictos de interés, ha sido cesado fulminantemente tras la publicación de una serie de correos electrónicos en los que defendía al pedófil