En los años álgidos del procés , expedicionarios de la Catalunya interior inundaban las calles de Barcelona con camisetas de colores. La nación dejaba de imaginarse para hacerse real en la Diagonal y en la Meridiana. Los independentistas se reconocían, se congratulaban de ser el mayor movimiento cívico de Europa y regresaban a casa con el ánimo cargado a la espera que los líderes cumpliesen su parte del trato con la calle.

La Catalunya “catalana” mostraba músculo en una geografía en que la industrialización y terciarización laboral abocaron a un paisaje poco independentista. El despliegue de color sin embargo nunca convenció al porcentaje adicional necesario de barceloneses y de los cinturones metropolitanos —un 15-20%— para que la opción secesionista fuese imparable. Imbuidos por la eu

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