Este 10 de septiembre pintaba glorioso, todo presagiaba que la Vinotinto abordaría con escore de lujo el repechaje, poniéndose a un paso del Mundial.
“El mano tengo Fe” estaba a las puertas de cristalizarse en el escenario futbolístico que más alegrías le ha deparado a Venezuela, el Monumental de Maturín,
A casa llena, con 52.000 espectadores rugiendo consignas de victoria, reinaba una sincronía espiritual en la que emociones y pensamientos estaban centrados en un solo objetivo: clasificar.
Invitado por mi hermano Carlos y los sobrinos Francisco y Miguel a la Hermandad Gallega, conectado todavía a España, ahora desde un espacio luminoso fundado por migrantes en Caracas, vimos el partido en pantalla gigante con el alma en vilo y los ojos oscilando hacia el celular, siguiendo en simultane