El tomate de Aretxabaleta es, hoy, un icono. Un bocado dulce, carnoso y fresco que ha logrado convertirse en seña de identidad de un pueblo. Sin embargo, durante mucho tiempo permaneció en la penumbra, cultivado en huertas particulares. Su singularidad reside en el dulzor equilibrado y en una productividad que ha convencido tanto a quienes lo siembran como a quienes lo degustan.

La historia de su recuperación ha sido reconstruida por el investigador Marc Badal Pijoan en el libro Tomate de Aretxabaleta . Badal, especialista en agroecología y cultura rural, sitúa este proceso dentro de un fenómeno más amplio: el de la resistencia frente a la homogeneización agrícola y la defensa de la biodiversidad cultivada.

En la publicación, el alcalde de Aretxabaleta, Unai Elkoro Oi

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