No ha habido peor registro de la percepción de corrupción en la historia del país que la que se retrató a fines del sexenio pasado. Después de una leve mejoría, los mexicanos veían más corrupción que nunca. No hay duda de que la presidencia de López Obrador alentó la corrupción.

No era un buen diagnóstico con una mala receta. El nuevo régimen no identificó en ningún momento la naturaleza de la corrupción, la extensión de sus redes, sus facilidades institucionales.

Su discurso empezaba en la prédica moral y terminaba con la esperanza del ejemplo redentor. La pureza del caudillo regeneraría la vida pública. No había tema que ocupara mayor atención en el discurso público.

Se hablaba insistentemente de la corrupción como el peor de los males, como el origen de todas las desgracias de México

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