Imagina a Juan, un soldador de 35 años en las afueras de Monterrey, Nuevo León. Cada mañana, sube a su camioneta destartalada y se dirige a la planta de autopartes donde trabaja, un monstruo de acero y cables que zumba con la promesa de turnos extras. «Antes, los pedidos de Estados Unidos llegaban con cuentagotas; ahora, es como si el río Bravo se hubiera convertido en una autopista de camiones», dice Juan entre sorbos de café en su pausa, refiriéndose al nearshoring que ha revitalizado su región. Pero a miles de kilómetros al sur, en las colinas verdes de Chiapas, María, una operadora de maquinaria en una cantera, mira su teléfono con preocupación. «El mineral sale, pero los precios bailan como el viento; un día hay bonos, al otro, recortes», confiesa mientras el sol se pone sobre las exc

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