Inexplicablemente, falleció. Era tal su ímpetu, que el corazón no quiso seguirlo. En horas de la mañana de este infausto domingo 25 de julio, se infartó.
A Jesús Molina, una plaza laboral lo llevó al Delta. Cuando país y medio soñaba con desempeñarse en las petroleras, el “Gocho” enganchó y cruzó la nación para ir a su destino final.
Fiel a la cultura de los andinos, esa que tanto admiramos, hizo su humilde casa con un conuquito en derredor y de allí extraía los aliños.
Hombre de familia, constituyó un hogar firme y sólido, y a fuerza de trabajo desde el amanecer hasta entrada la noche, levantaba a su mujer e hija.
Dos días atrás lo vi y era el mismo torrente de energía de siempre. Para él, irse del país nunca fue opción, faenar duramente sí, y dar la vida por los suyos.
Ya no lo vere