En la Grand Avenue, en Chicago, frente a una tienda de neumáticos donde los niños solían andar en bicicleta, ahora los dueños de tiendas están acongojados, un hombre llamado Silverio Villegas González murió en un sedán plateado con la ventana baleada y su nombre ya olvidado por los hombres que lo mataron.
Por Pablo Manríquez / Migrant Insider
No era famoso. No tenía abogado, ni equipo de cámaras. Tenía cuatro multas de tráfico, ninguna violenta. Un auto rayado que se ofreció a reparar. Un hijo con el que jugaba después del trabajo. Y un miedo, dicen, que se asentaba tan profundamente en él, que lo llevó a huir cuando los agentes de ICE llegaron como fantasmas como un equipo militar.
Los federales dicen que trató de atropellarlos. Los federales siempre dicen eso. (Hasta el momento no han