Llevo unos días dando vueltas a si la marcha del vicepresidente Francisco José Gan Pampols es lo más normal del mundo o un fracaso en toda regla de quien lo eligió y de quien se dejó elegir.
Es verdad que el alto militar dijo que estaba para cumplir una misión y regresar luego a su retiro, pero no es menos verdad que nadie (ni él mismo) esperaba que tomara la puerta tan rápido: al cumplirse un año de la riada y once meses después de asumir el cargo en lo que ha quedado, sobre todo, como un golpe de efecto.
En aquellos primeros días, cuando alguno le solía preguntar por su papel político, él solía responder con la metáfora de que existía una avería y era “el fontanero” al que habían llamado para arreglarla y que ahí acababa su trabajo.
Su función era la reconstrucción (su vicepre