La semana pasada hablé de cómo la ópera, que para empezar nunca fue un arte masivo, se empeñó en seguir montando las mismas obras de siempre, y se volvió irrelevante para la cultura moderna.

Hace años leí una entrevista en la que el escritor estadounidense Philip Roth opinaba que la novela también estaba destinada a convertirse en un arte para unos pocos. “Las pantallas nos han derrotado,” se lamentó.

La discusión suele centrarse —como hizo Roth— en el número de personas que las leen. Por alguna extraña razón, el argumento parte del convencimiento de que “antes” mucha más gente leía novelas.

Perdón, pero no me lo creo. Leer novelas siempre ha sido actividad de una minoría. No sólo requiere saber leer, sino tener la capacidad para concentrarse y comprender—algo que nunca abunda. Leer his

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