Al gran capitalismo le viene sobrando la democracia, y no digamos el Estado Social (Sí, ése que proclama la constitución de 1978 nada más abrirla), desde hace ya algunas décadas.

En realidad de lo que se trata a nivel planetario y, cómo no, en España es convertir al Estado en una herramienta a disposición de “un sector inusualmente estrecho”, que diría Chomsky, de los poderes financieros y empresariales, poniendo a su servicio las políticas estatales, en perjuicio de lo que los laboratorios de ideas reaccionarias norteamericanos llaman “población subyacente”, y en la Roma antigua “la plebe”, y a las generaciones futuras. Para lograr ese objetivo hace falta mucho autoritarismo y sobra cualquier atisbo de democracia.

En España, la deriva antidemocrática está alcanzando velocidad de crucero

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